SHURE PG58
Despertamos
con el sol acariciando nuestros párpados, volteo hacia el balcón y ahí está,
asomada entre las cortinas la sagrada agua que le da un sabor diferente al
viento, la miro brillar con el sol entre sus olas centelleantes. Se escuchan errantes pasos en el piso de
madera, fijo la mirada y veo que se trata de un lagartijo que ahora trepa por
los ladrillos de la pared. Su panza está cubierta con escamas que parecen estar
hechas de talavera poblana. El agua fresquísima se mueve entre los riscos
mientras canta su antigua canción, los cactus, las rocas y los huizaches cantan
con ella. Con esta agua que captura el color del cielo entre sus olas, como un
espejismo que de noche desaparece. Preciosas aves revolotean ostentando su
pecho pintado con los colores cálidos del desierto, entonan sus divinas
melodías como gotas de miel que endulzan el aire. Los zopilotes planean
solemnes en el viento, vigilan desde los aires este oasis desértico que se
siente como una costa, como un dulce mar.
Nos disponemos a caminar hacia una playa para
meternos a nadar en esa agua mágica. Caminamos unos cuantos minutos hacia la
laguna y encontramos un buen lugar para asentarnos. Me gusta mirar como las
piedras subacuáticas se desvanecen en el verdor del fondo. Me asomo a las mirillas
de los binoculares para ver a unas aves que vuelan lejos, miro el risco con sus
ornamentos de jade y esmeralda. Miro como quien mira a través de una claraboya
de ensueño, miro a los patos y las garzas posarse en las rocas lejanas. Nos
quitamos la ropa y los zapatos. Caminamos hacia el agua, seguimos caminando
entre las piedras hasta que el agua nos llega a los tobillos, luego a las
rodillas y luego a la cadera. Esta agua se mete por nuestros poros y nos
refresca el alma. Los pequeños peces se acercan en cardúmenes para vernos las
piernas, nadan alrededor de nosotros como dijes de plata y lodo. Nos sumergimos
hasta los hombros y nos abrazamos. Abrazados nos sumergimos completos, como si
nos bautizáramos en esta agua sagrada. Salimos a respirar, nos miramos a los
ojos y sonreímos mientras nos besamos.
Nos
soltamos para flotar boca arriba en esta laguna mística. Los zopilotes vuelan
elevadísimos sobre nosotros mientras flotamos apacibles. Me alejo de la orilla,
entonces nado de vuelta, los rayos del sol bajan al agua como una víbora de
fuego, nado hacia ella y me convierto por un instante en una serpiente que
lleva al sol en su lomo al nadar. Las libélulas agitan sus diáfanas alas tan
cerca de nuestras caras que podemos escuchar el preciso crujir que emiten al
volar. Nuestra carne se torna verdosa debajo del agua, como si la misma lama
que se adhiere a las rocas del fondo, nos reclamara como suyos lentamente, él
me dice que soy una sirena.
Los
imponentes riscos y montes que resguardan esta agua saben guardar secretos, los
guardan entre los ecos del secreto mismo. El viento juega con las golondrinas
como si estuvieran hechas de liviano papel negro que danza sin remedio. La
tarde se tiñe de rosa, nos despedimos del agua sagrada con un beso. Salimos del
agua y nos vestimos para emprender la caminata hacia la casa. Al llegar nos
dirigimos al cuarto para bañar nuestros cansados cuerpos. Ya limpio, mi amado
se recuesta en la cama y yo procedo a ungirlo con aceite de alcanfor. Exhalando
todo mi amor a través de mis manos, unto cada pliegue y cada lunar
cuidadosamente. Safo estaría orgullosa de mí.
La
noche llega colgada de las alas de los murciélagos y se lleva al agua, parece
que nunca hubiera estado ahí. El cielo magnético como un lienzo negro salpicado
con cuantiosos diamantes luminosos, y al centro una pincelada láctea tan
profunda, como una estela de sobrecogedora belleza. Mientras miramos este
lienzo, una estrella se desliza fugaz ante mis ojos, creo que se guardó en mi
corazón porque lo siento dilatado. Pasamos las horas mirando este cielo
espolvoreado con estrellas de azúcar glass. Hay un pueblo perdido entre los
montes, el cual se eleva al anochecer y acomoda sus luces entre las nubes. El
ronco gallo advierte la llegada del amanecer. El claro del cielo enmascara poco
a poco los diamantes, hasta hacer desaparecer la pincelada láctea. El agua aparece
con este claro, imita su color y el espejismo se vuelve real una vez más.
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