Gin.
Sumerges tus manos en la pileta,
te miras apacible. Agradable dama que se recuesta en el pasto fresco a
disfrutar la brisa vespertina. La disfruta cada negra mancha de su piel rosa,
la disfruta con los ojos cerrados y las manos cruzadas. Vives en
este paraíso que se siente como un infierno para ti, un infierno de llamaradas
solares que azotan tu piel, un infierno de hambruna, un infierno de soledad.
Cuando llegamos a ésta tu casa,
estabas desvaneciéndote, famélica, hasta tu pelo parecía diluirse con el
viento, decolorado y escaso. Tu cuerpo en decadencia, tres meses después de haber
dado a luz. Padeces una combinación grotesca de males, pero tu mayor mal es la
indiferencia de tus amos. Miguel hace lo que puede para ayudarte pero no es
suficiente, no alcanza su esfuerzo para ponerte de pie una vez más, ponerte de
pie después de haber alumbrado a una docena de crías. Tu cuerpo está en números
rojos. Sabemos que no aguantarás otro parto, tú y yo lo sabemos. Más de 20 hijos
has parido, han succionado todo: leche, fuerzas, vida. Te han quitado tanto, al
punto que casi eres un esqueleto andante. Tus crías heredan de ti el pulgar
doble y la condena de vivir en el desierto portando una piel hecha para la
nieve, heredan un tamaño difícil de manejar y un apetito casi imposible de
saciar.
Este desierto te quema la piel y
te tumba el pelo, te sofoca, te hastía. Te acercas a donde estamos y nos
concedes tu pesada mano, nos rasguñas con tus garras sin pensar. Solo quieres
que te miren a los ojos y te dirijan unas palabras. Anhelas que tu presencia le
dé gusto a alguien, que noten quién eres, que noten la miel que sale de tus
ojos cuando miras, que noten tu gran cabeza tan suave, que noten tu abundante
ser. Mujer incomprendida, ignorada, olvidada. No intentan entender tu mirada,
tu silencio, tus ruidos de bestia ordinaria.
Viajamos a un pueblo cercano
para comprarte toda la comida que nuestras carteras puedan pagar. Ahí conocimos a un hijo tuyo, es tan precioso
como su madre, con el mismo pelo y las manchas. Tiene la cara de su padre, pero
definitivamente tiene tu temperamento. Te alimentamos cada vez que te vemos
inquieta. Tu pelo va ganando color lentamente, y tu vientre se infla poquito a
poco, una ración a la vez, medicamos tu destruida piel mientras comes. Nos
miras como quien mira un pedazo de oro en una mina. Buscas nuestro tacto, pones
tu cabeza contra mi vientre y recargas tus amplias costillas en mis piernas. ¿Le
tendrás miedo a la oscuridad? La otra noche cuando hubo un apagón, vi en tus
ojos una emoción muy peculiar, no sé si fue miedo o incertidumbre o las dos al
mismo tiempo, pero nos miraste con tu cara tan seria, con la inocencia de una
niña enojada. Te miramos a través del ventanal como quien aprecia en un
zoológico a la más excéntrica criatura, tocamos el cristal y tú nos miras.
Nos miras sin entender qué hiciste bien para que te tratemos
así, sin entender por qué tu vida es tan dura cuando no estamos aquí, sin
entender por qué te condenaron a sufrir los desgastes del calor desértico,
cuando tu raza es de nieve y bosque. Pones tu mano en mi abdomen y me miras
fijamente a los ojos, me dices tantas cosas en tu idioma. Sabes que ya nos
vamos, nos apuntas una de tus miradas, tan expresiva. Tiras tu comida, es como
si protestaras por nuestra próxima ausencia. Te acariciamos con mucho cariño y
amor, te decimos cosas bonitas para que las guardes en tu corazón mientras no
estamos. Quieres venir con nosotros, sospechas lo que está pasando, pero no
quieres creerlo. Te explicamos por qué tenemos que irnos, y te decimos que
volveremos pronto por ti, para llevarte a la ciudad a que un doctor te exima de
tu dolorosa maternidad. Nos despides en la reja y luego ladras desde la altura.
Te retiras resignada a tus espacios de sombra fresca, te retiras a pensar en
todo lo que nos dijimos. A pensar en cuánto pasará hasta que nos volvamos a ver,
porque tu no sabes de tiempo, tu sabes de viento que trae a la estrellada noche
y de arrebol que trae al grosero sol una y otra vez hasta siempre. Conoces las
notas de la soledad, pero sobre todo conoces de dulces mieles al mirar.
Comentarios
Publicar un comentario