El
Pastel
Mientras caminaba por el jardín
al atardecer, encontré a las hormigas escribiendo una receta. Era una receta
larga que se extendía por el césped. Llevaban mucho tiempo escribiéndola, quitando
cuidadosas pasto por pasto para colocar enigmáticas palabras. Sus diminutas
patas habían surcado con precisión las instrucciones para hacer un pastel. La
receta se guardó dentro de mis pupilas, la fragancia del huele de noche le puso
aroma al recuerdo.
Seguí el camino hacia la casa. Me
encontré con la higuera y sus hojas bajas me susurraron algunos secretos sobre
lo que se siente llevar leche dulce en las venas. La granada me dijo con sus
flores lo importante que es esperar, la flor del manzano le secundó recitándome
una parábola sobre la paciencia. El zapote me platicó sobre frutos elevados y
sobre avispas vibrantes. El malvón me saludó con sus pétalos magenta y rosados.
El panalillo me habló a cerca de la belleza compuesta que se degrada, me explicó
a qué huele el desapego. Las buganvilias me relataron sobre la permanencia del
color a pesar de la sequedad en los pétalos, me hablaron de ser flor desde otra
flor que se resguarda en el interior, pentágono floral de terciopelo blanco. La
caléndula me describió cómo es que guarda el sol entre sus pétalos. Me contó sobre
rayos que se impregnan y crean un halo reflector como si se tratara de un solecito
que crece de un tallo, que convierte la luz en cualidad curativa.
- 1 pera
- 4 zanahorias
- 3 papas
- 2 huevos
- 2 manojos de espinacas
- 6 champiñones
Igualmente se necesita tierra
sola y agua al gusto.
Se pican finamente las cáscaras
y los tallos, se mezclan y se ponen en un compostero. Se cubre con una capa de tierra
y se le aplica agua. Se deja reposar la tierra preparada durante 15 minutos.
Para preparar el pastel se
necesitan:
- 1 par de manos (con o sin guantes)
- 1 mente
- 1 persona en quién enfocar la mente
- 2 tazas de amor rayado
- 2 velas vivas
- rocas especiales escogidas a mano (al gusto)
- ¾ litro de agua
Un
trébol me recomendó no usar guantes para que el amor se impregne bien en la
masa. La olla azulada que elegí ya está lista. Pongo algunos grumos de tierra
en el fondo para después poner la nutritiva preparación sobre los grumos. Coloco
después una capa de tierra sola, que huele dulce y tiene la textura de un
panqué de chocolate que se desmorona entre los dedos y se vuelve a apelmazar de
un apretón. Distribuyo una capa de mezcla y una de tierra hasta que se llena la
olla. Amaso la superficie con las manos para que se sienta firme pero no
compacta. Salgo al pórtico a recolectar las velas vivas, cuyo sabor hace tan
particular a este pastel. Mientras las corto tengo cuidado de no despertar a
los pájaros de fuego, pequeñas aves que anidan en la flama. Sus huevos están
cargados con lumbre del sol. Son seres caprichosos que no se conforman
fácilmente, sólo el tiempo y el cariño los invita a nacer.
Limpio
cuidadosamente las hojas de las velas vivas, ya están listas para usarse.
Enfoco la mente en mi amadísima amiga Janice mientras hundo los tallos de las
velas en la masa del pastel. Pienso en lo maravillosa que es, tan capaz, tan
valiente, tan tenaz, tan lista, tan hermosa. Pienso en lo precioso que es su
corazón de oro y en lo luminosa que es su alma, en lo encantadora que es su
compañía y en lo placentero que es hablar con ella. Mujer que es flor de loto, que
nace y se renueva cada vez desde el fango. Nace en lo profundo y nada con
fervor hacia la superficie para besar al sol en la plétora de su esplendorosa
belleza. Mujer que inspira, que me hace sentir gran admiración. Ella que vuelve
palpable la dulzura de la vida cada vez que me sostiene en un abrazo. Hermana:
te adoro con el alma. Las 2 tazas de amor rayado se mezclan con estos
afectuosos pensamientos hasta lograr una pasta homogénea. La pasta se derrite a
baño maría y se impregna la masa como si se tratara de un pastel de 3 leches.
Se deja
cocer la masa con las velas vivas a luz de luna menguante. Se deja al sol
durante medio día. Yo lo dejo cociéndose a temperatura baja y emprendo el viaje
para conseguir unas rocas muy especiales. Viajo algunas horas hacia un desierto
mágico, donde brotan del suelo las rocas más hermosas que he visto. Camino
entre los imponentes cactus con los ojos clavados en la tierra buscando joyas
geológicas para adornar este pastel tan peculiar. Encuentro suntuosas piedras,
dignas de ser montadas en la más fina plata. Me doy una zambullida en la laguna
sagrada que esconde el desierto para recoger una roca del fondo. Vuelvo a
casa con los fascinantes hallazgos. Los lavo uno por uno cuidadosamente. La tierra
se desvanece, salen a relucir los seductores brillos y las rebuscadas facetas. Se
revelan las texturas y los colores. Pongo cada piedra sobre la masa, alrededor
de las velas vivas. Acomodo las piezas para que luzca su encanto. Por último,
se le vierten al producto final los ¾ de litro de agua lentamente. Este no es
un pastel que se come o se eche a perder. Es un pastel para contemplar, para esperar,
para cuidar y regar. Para cantarle en la sombra y hablarle por las tardes sobre
amor. Un bizcocho que crece y que muta gradual. Es un pastel vivo como sus velas,
un pastel que acompaña en silencio, un postre que sabe guardar secretos. Espero
que disfrutes de cuidarlo tanto como yo disfruté elaborarlo.
-Para Janice, celebro tu existencia todos
los días, gracias por alumbrar mi vida con tu amistad-
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