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El Pastel - 7




El Pastel


Mientras caminaba por el jardín al atardecer, encontré a las hormigas escribiendo una receta. Era una receta larga que se extendía por el césped. Llevaban mucho tiempo escribiéndola, quitando cuidadosas pasto por pasto para colocar enigmáticas palabras. Sus diminutas patas habían surcado con precisión las instrucciones para hacer un pastel. La receta se guardó dentro de mis pupilas, la fragancia del huele de noche le puso aroma al recuerdo.

Seguí el camino hacia la casa. Me encontré con la higuera y sus hojas bajas me susurraron algunos secretos sobre lo que se siente llevar leche dulce en las venas. La granada me dijo con sus flores lo importante que es esperar, la flor del manzano le secundó recitándome una parábola sobre la paciencia. El zapote me platicó sobre frutos elevados y sobre avispas vibrantes. El malvón me saludó con sus pétalos magenta y rosados. El panalillo me habló a cerca de la belleza compuesta que se degrada, me explicó a qué huele el desapego. Las buganvilias me relataron sobre la permanencia del color a pesar de la sequedad en los pétalos, me hablaron de ser flor desde otra flor que se resguarda en el interior, pentágono floral de terciopelo blanco. La caléndula me describió cómo es que guarda el sol entre sus pétalos. Me contó sobre rayos que se impregnan y crean un halo reflector como si se tratara de un solecito que crece de un tallo, que convierte la luz en cualidad curativa. 

 En el patio de la casa hay muchas macetas, que son como ollas en las que se cocina la vida. Busco una buena olla para preparar este pastel, me aseguro de que esté limpia y lista. El primer paso es preparar la tierra. Para esto se necesitan únicamente las cáscaras de:
  • 1 pera
  • 4 zanahorias
  • 3 papas
  • 2 huevos
También se necesitan los tallos de:
  •      2 manojos de espinacas
  •     6 champiñones

Igualmente se necesita tierra sola y agua al gusto.
Se pican finamente las cáscaras y los tallos, se mezclan y se ponen en un compostero. Se cubre con una capa de tierra y se le aplica agua. Se deja reposar la tierra preparada durante 15 minutos.

Para preparar el pastel se necesitan:
  •         1 par de manos (con o sin guantes)
  •         1 mente
  •         1 persona en quién enfocar la mente
  •         2 tazas de amor rayado
  •         2 velas vivas
  •         rocas especiales escogidas a mano (al gusto)
  •         ¾ litro de agua


Un trébol me recomendó no usar guantes para que el amor se impregne bien en la masa. La olla azulada que elegí ya está lista. Pongo algunos grumos de tierra en el fondo para después poner la nutritiva preparación sobre los grumos. Coloco después una capa de tierra sola, que huele dulce y tiene la textura de un panqué de chocolate que se desmorona entre los dedos y se vuelve a apelmazar de un apretón. Distribuyo una capa de mezcla y una de tierra hasta que se llena la olla. Amaso la superficie con las manos para que se sienta firme pero no compacta. Salgo al pórtico a recolectar las velas vivas, cuyo sabor hace tan particular a este pastel. Mientras las corto tengo cuidado de no despertar a los pájaros de fuego, pequeñas aves que anidan en la flama. Sus huevos están cargados con lumbre del sol. Son seres caprichosos que no se conforman fácilmente, sólo el tiempo y el cariño los invita a nacer.

Limpio cuidadosamente las hojas de las velas vivas, ya están listas para usarse. Enfoco la mente en mi amadísima amiga Janice mientras hundo los tallos de las velas en la masa del pastel. Pienso en lo maravillosa que es, tan capaz, tan valiente, tan tenaz, tan lista, tan hermosa. Pienso en lo precioso que es su corazón de oro y en lo luminosa que es su alma, en lo encantadora que es su compañía y en lo placentero que es hablar con ella. Mujer que es flor de loto, que nace y se renueva cada vez desde el fango. Nace en lo profundo y nada con fervor hacia la superficie para besar al sol en la plétora de su esplendorosa belleza. Mujer que inspira, que me hace sentir gran admiración. Ella que vuelve palpable la dulzura de la vida cada vez que me sostiene en un abrazo. Hermana: te adoro con el alma. Las 2 tazas de amor rayado se mezclan con estos afectuosos pensamientos hasta lograr una pasta homogénea. La pasta se derrite a baño maría y se impregna la masa como si se tratara de un pastel de 3 leches.

Se deja cocer la masa con las velas vivas a luz de luna menguante. Se deja al sol durante medio día. Yo lo dejo cociéndose a temperatura baja y emprendo el viaje para conseguir unas rocas muy especiales. Viajo algunas horas hacia un desierto mágico, donde brotan del suelo las rocas más hermosas que he visto. Camino entre los imponentes cactus con los ojos clavados en la tierra buscando joyas geológicas para adornar este pastel tan peculiar. Encuentro suntuosas piedras, dignas de ser montadas en la más fina plata. Me doy una zambullida en la laguna sagrada que esconde el desierto para recoger una roca del fondo. Vuelvo a casa con los fascinantes hallazgos. Los lavo uno por uno cuidadosamente. La tierra se desvanece, salen a relucir los seductores brillos y las rebuscadas facetas. Se revelan las texturas y los colores. Pongo cada piedra sobre la masa, alrededor de las velas vivas. Acomodo las piezas para que luzca su encanto. Por último, se le vierten al producto final los ¾ de litro de agua lentamente. Este no es un pastel que se come o se eche a perder. Es un pastel para contemplar, para esperar, para cuidar y regar. Para cantarle en la sombra y hablarle por las tardes sobre amor. Un bizcocho que crece y que muta gradual. Es un pastel vivo como sus velas, un pastel que acompaña en silencio, un postre que sabe guardar secretos. Espero que disfrutes de cuidarlo tanto como yo disfruté elaborarlo.


     -Para Janice, celebro tu existencia todos los días, gracias por alumbrar mi vida con tu amistad-


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