Los
viejos robles
Cada
año, en la misma época, esa en la que se celebra a los muertos en mi país, se
hacen muchos platillos para ofrecer de ofrenda a los difuntos. En especial en
mi pueblo se preparan las famosas “gorditas de horno”, que son preparadas con
mucho cariño y esmero por todas las personas para colocar en sus altares. Cabe
destacar que para hornear dichas gorditas se necesitan hojas de roble para
poder colocarlas de base y no se llenen de los restos ardientes de ceniza que
aún queda en los hornos al calentarse.
La
celebración del día de muertos es de las tradiciones más antiguas con las que
se cuenta en México, y es justamente el dos de noviembre cuando se lleva a
cabo. Normalmente se edifican pequeños altares en forma de escalones y la
cantidad de peldaños puede variar dependiendo de la tradición de cada pueblo.
El alatar se decora con flores, la comida y bebida que era preferida por el
difunto en cuestión. En mi rancho todos los habitantes solían hacer “gorditas
de horno”, así que se preparaban un día antes para ir recolectar las hojas a la
parte más alta de la montaña, que se encuentra enfrente del poblado.
Para
llegar a la cima escalaban por casi una hora por la ladera de la montaña. El
rancho suele ser muy caluroso, pero al llegar al final de dicho camino está realmente
fresco, hay muchos pinos con heno colgando y robles muy antiguos que han sido
utilizados cada año desde hace mucho tiempo atrás para preparar las “gorditas
de horno” tan esperadas por todas las personas para disfrutarlas recién hechas y
después de la festividad.
Cada año
los robles estaban rebosantes de vida, permitiéndoles a las personas que
cortaran muchas de sus hojas y las transportaban hasta sus hogares donde ya
estaban calentándose los hornos hechos de piedra y lodo. Era un espectáculo
impresionante ver por doquier los humeantes leños en cada casa esperando por
esas pequeñas bolas de masa bien adornadas, y que a modo de papel aluminio se
utilizaban las hojas de los viejos robles para poder hornear cada una de éstas.
Desafortunadamente
se ha ido perdiendo esta tradición, las nuevas generaciones no les emociona
hacer este típico platillo y los robles han quedado olvidados. Reconforta la
idea de que siguen ahí con más vida que antes, embelleciendo el lugar y creando
el necesario oxígeno para la supervivencia de todos.
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