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Brutus - 6



                                

                                       Brutus.




Te encuentras confinado un día más, en ese reducido lugar lleno de tu propia inmundicia. Le ladras sin tregua a cualquiera que ose pasar cerca de tu puerta. Sólo puedes imaginar lo que hay detrás, detrás de los muros, detrás de esa puerta oxidada, detrás de la mente de tus despiadados dueños. Talvez te preguntes ¿Qué hiciste para merecer este castigo, para merecer esta pesadilla a la que llamas vida?, ¿Por qué los demás pueden ser libres y tu no?.


Compartes esa minúscula cárcel de tabique y cemento con otros dos de tus congéneres: Lola y Dino. Lola probó la libertad una vez, yo la vi echada en el pasto tan plena, me acerqué a saludarla y sentí su serenidad, no me atreví a advertir sobre su soltura, le dije algunas cosas bonitas mientras tocaba su cabeza con cariño y me fui. Días después la vi viviendo su mejor vida a lado de una mujer nueva, eran totalmente compatibles, hasta parecidas. Pero tus desalmados dueños no pudieron tolerar verla feliz, se la arrebataron a esa mujer tan buena para volverla a aventar en ese grotesco calabozo de sufrimiento y ansiedad. Pasan días enteros encerrados. Solo ladran afligidos y se pelean entre ustedes. Cada día que pasa la repugnante pestilencia se vuelve peor, cada vez más insoportable. Las moscas se multiplican y vuelan errantes en multitud hacia tus ojos y caminan sobre ellos, sacudes la cara y bufas sin comprender por qué estás ahí. Tu interacción con humanos es mínima. Una o dos veces a la semana tus amos se dignan a limpiar tu calabozo gris y una o dos veces al día cuando te alimentan, la única palabra que te dirigen es un agresivo ¡quítate! ; comes impaciente el alimento y Lola tiene que gruñirte furiosa con los colmillos de fuera para que le dejes algo.


Tus dueños aseguran amarte, que eres su mejor amigo, pero yo no les creo. Si te amaran como dicen, tu vida sería diferente. A veces tengo que pasar cerca de tu prisión, un día me escuchas mientras estoy ahí y comienzas a ladrar enloquecido. Empiezas a saltar mientras ladras y gruñes enervado, puedo ver tu cabeza asomarse por la barda de tabique. Trato de pasar rápido para que no me veas pero justo cuando estoy más cerca, tu brincas y logras sostenerte de la barda con los brazos, te sostienes con fuerza y te impulsas hacia arriba al mismo tiempo que ruges desde lo más profundo de tu desesperación. Ruges como una bestia recién salida del averno mientras te acercas a mi cara y me miras a los ojos. El miedo me devora. Escucho las garras de tus patas traseras rasguñar el tabique empujando tu cuerpo una última vez para escapar de ese calabozo. Suelto un alarido de pavor absoluto al sentir las llamaradas de tu infernal aliento en mi rostro. Corro hacia un lugar seguro mientras sollozo por el terror que me acabas de provocar, todo el cuerpo me tiembla y me cuesta respirar. Mi madre viene a socorrerme y le cuento lo sucedido. Ella va con tus amos para reclamarles, a lo que ellos responden que no debo tener miedo pues tu eres un “buen chico”.


Pasan los días y decido salir por unas hojas a la higuera, al salir me percato que te movieron por unas horas a la jaula que da al jardín. Te miro y me miras, ladras pero luego callas para seguir mirándome. Te sostengo la mirada pero tu la bajas como si estuvieras avergonzado, como si la pena de vivir una vida tan triste te consumiera. Procedo a tomar las hojas y a mirarlas a contra luz con el sol. Una ráfaga de locura te azota y comienzas a correr de lado a lado, ladras histérico, chillas, bramas. Exasperado te metes entre los barrotes de la jaula y logras salir. Yo te miro con temor hasta que me doy cuenta de que estás encadenado, encadenado a tu dolor y tu soledad, a la negligencia de tus amos, a su indiferencia.


Te liberas de la jaula y posas las patas en el pasto, inmediatamente tu rostro cambia y se vuelve pasivo. Te miro asombrada, es evidente el placer que experimentas al sentir los pastos entre tus garras. Te observo mientras mueves sereno la nariz captando lo que hay en el aire. Un viento acaricia sutil nuestros rostros, tu cierras los ojos mientras el viento toca tus orejas, casi puedo verte sonreír. Una mujer se aparece con una niña pequeña, te mira horrorizada mientras su cría corre hacia ti, ella le grita -¡no lo toques! ¡él es malo!- . Esta vez les creo a tus amos, tu no eres malo, son ellos los malos, los que violentan tu alma con su desprecio.

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