Brutus.
Te encuentras confinado un día
más, en ese reducido lugar lleno de tu propia inmundicia. Le ladras sin tregua
a cualquiera que ose pasar cerca de tu puerta. Sólo puedes imaginar lo que hay
detrás, detrás de los muros, detrás de esa puerta oxidada, detrás de la mente
de tus despiadados dueños. Talvez te preguntes ¿Qué hiciste para merecer este
castigo, para merecer esta pesadilla a la que llamas vida?, ¿Por qué los demás
pueden ser libres y tu no?.
Compartes esa minúscula cárcel de
tabique y cemento con otros dos de tus congéneres: Lola y Dino. Lola probó la
libertad una vez, yo la vi echada en el pasto tan plena, me acerqué a saludarla
y sentí su serenidad, no me atreví a advertir sobre su soltura, le dije algunas
cosas bonitas mientras tocaba su cabeza con cariño y me fui. Días después la vi
viviendo su mejor vida a lado de una mujer nueva, eran totalmente compatibles,
hasta parecidas. Pero tus desalmados dueños no pudieron tolerar verla feliz, se
la arrebataron a esa mujer tan buena para volverla a aventar en ese grotesco
calabozo de sufrimiento y ansiedad. Pasan días enteros encerrados. Solo ladran
afligidos y se pelean entre ustedes. Cada día que pasa la repugnante pestilencia
se vuelve peor, cada vez más insoportable. Las moscas se multiplican y vuelan
errantes en multitud hacia tus ojos y caminan sobre ellos, sacudes la cara y bufas
sin comprender por qué estás ahí. Tu interacción con humanos es mínima. Una o
dos veces a la semana tus amos se dignan a limpiar tu calabozo gris y una o dos
veces al día cuando te alimentan, la única palabra que te dirigen es un
agresivo ¡quítate! ; comes impaciente el alimento y Lola tiene que gruñirte
furiosa con los colmillos de fuera para que le dejes algo.
Tus dueños aseguran amarte, que
eres su mejor amigo, pero yo no les creo. Si te amaran como dicen, tu vida
sería diferente. A veces tengo que pasar cerca de tu prisión, un día me
escuchas mientras estoy ahí y comienzas a ladrar enloquecido. Empiezas a saltar
mientras ladras y gruñes enervado, puedo ver tu cabeza asomarse por la barda de
tabique. Trato de pasar rápido para que no me veas pero justo cuando estoy más
cerca, tu brincas y logras sostenerte de la barda con los brazos, te sostienes
con fuerza y te impulsas hacia arriba al mismo tiempo que ruges desde lo más
profundo de tu desesperación. Ruges como una bestia recién salida del averno mientras
te acercas a mi cara y me miras a los ojos. El miedo me devora. Escucho las
garras de tus patas traseras rasguñar el tabique empujando tu cuerpo una última
vez para escapar de ese calabozo. Suelto un alarido de pavor absoluto al sentir
las llamaradas de tu infernal aliento en mi rostro. Corro hacia un lugar seguro
mientras sollozo por el terror que me acabas de provocar, todo el cuerpo me
tiembla y me cuesta respirar. Mi madre viene a socorrerme y le cuento lo
sucedido. Ella va con tus amos para reclamarles, a lo que ellos responden que
no debo tener miedo pues tu eres un “buen chico”.
Pasan los días y decido salir
por unas hojas a la higuera, al salir me percato que te movieron por unas horas
a la jaula que da al jardín. Te miro y me miras, ladras pero luego callas para
seguir mirándome. Te sostengo la mirada pero tu la bajas como si estuvieras
avergonzado, como si la pena de vivir una vida tan triste te consumiera. Procedo
a tomar las hojas y a mirarlas a contra luz con el sol. Una ráfaga de locura te
azota y comienzas a correr de lado a lado, ladras histérico, chillas, bramas. Exasperado
te metes entre los barrotes de la jaula y logras salir. Yo te miro con temor
hasta que me doy cuenta de que estás encadenado, encadenado a tu dolor y tu
soledad, a la negligencia de tus amos, a su indiferencia.
Te liberas de la jaula y posas
las patas en el pasto, inmediatamente tu rostro cambia y se vuelve pasivo. Te miro
asombrada, es evidente el placer que experimentas al sentir los pastos entre
tus garras. Te observo mientras mueves sereno la nariz captando lo que hay en
el aire. Un viento acaricia sutil nuestros rostros, tu cierras los ojos
mientras el viento toca tus orejas, casi puedo verte sonreír. Una mujer se
aparece con una niña pequeña, te mira horrorizada mientras su cría corre hacia
ti, ella le grita -¡no lo toques! ¡él es malo!- . Esta vez les creo a tus amos,
tu no eres malo, son ellos los malos, los que violentan tu alma con su
desprecio.
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