La Vergüenza del Cuerpo.
El otro día presencié la vergüenza de mi madre mientras se probaba unos vestidos, presencié su vergüenza y su incomodidad, se sentía incómoda en su cuerpo. ¿Qué es la vergüenza del cuerpo? Es la pena que se siente al portar la propia carne, portarla con todos sus bemoles, con sus cicatrices y sus dolores. He visto a más de una mujer mirar al espejo con disgusto, con desesperación, con tristeza, incluso con asco, las veo mientras miran sus pieles y sus curvas, sus marcas, sus volúmenes, los miran con pesadumbre, los miran hasta con rabia.
Las miro yo a ellas tan enteras, tan bellas y no comprendo cómo es que pueden sentir tanto desagrado hacia ese maravilloso cuerpo que contiene toda su vida, que contiene todos los recuerdos y los miedos, ese cuerpo que sujeta a la poderosa mente y envuelve los delicados órganos que trabajan sin cesar con el único fin de suministrarle vida a tal cuerpo. Dicha vergüenza azota a hombres y mujeres, pero tiende a atormentar más a las mujeres, esa vergüenza suele adherirse a los rollos de sus espaldas y de sus caderas, a sus senos caídos, a sus estrías oscuras, se adhiere y cuestiona, cuestiona y confunde, confunde la apariencia con la belleza pura mientras engaña y distorsiona la percepción.
Observo los cuerpos de las mujeres más cercanas a mí, los observo y las escucho quejarse de específicos detalles, escucho sus descontentos y pienso en lo fascinantes que son sus cuerpos. Miro sus pies y sus piernas que han caminado tantos kilómetros para conocer los más hermosos lugares, miro sus brazos y pienso en todas las cosas y las personas que han sostenido, todas las veces que se han estirado para alcanzar los deseos. Miro sus poderosos vientres capaces de dar vida y me asombro admirando la fascinante magia que posee cada mujer en su interior. Miro sus manos y pienso en todas las historias que han tejido, en todos los recuerdos que han engarzado en la memoria, me atrevo y atisbo las cicatrices que susurran en un lenguaje que sólo sus portadoras pueden entender.
Reflexiono a cerca de todas las cosas que han creado, que han llevado a cabo. Enmarcados por experimentadas cabelleras, a veces firmes en su color y a veces aumentadas con hilos de plata y plomo que les han prestado los años, ahí están sus rostros, sus bellísimos rostros y puedo ver encerradas en los ojos tantas palabras que todavía no existen flotando entre lágrimas nuevas. Veo secretos escondidos en las comisuras de los labios, veo dientes que muerden y que sonríen. Miro sus pieles y puedo apreciar al sigiloso tiempo impreso en sus poros, miro los surcos que crean las emociones y el crecimiento, miro los bultos y las marcas que denotan la constante metamorfosis.
Contemplo a estas mujeres y sólo veo genuina belleza que irradian sus almas, veo imperante fuerza, veo una llama ardiente que se asoma al fondo de sus pupilas, veo seres magníficos que brillan con luz propia.
-Para las mujeres y sus cuerpos admirablemente humanos. -
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