Recuerdo aquellos domingos en donde se juntaba toda la familia, la mayoría de las veces sin motivo alguno, era sólo el hecho de compartir tiempo con los seres queridos. Mientras los adultos comían y hablaban de las últimas noticias del momento, los primos nos juntábamos en el patio para entretenernos. Todavía alcanzamos esas épocas en que a los seis, ocho años no teníamos tablets o celulares para jugar, según nosotros nos inventábamos juegos, pero realmente eran juegos que los grandes le enseñaban a los más pequeños y así se pasaban de generación en generación. Pasábamos horas buscando escondites o preguntándonos que quería la vieja Inés. Algunas veces también teníamos la suerte de jugar con algún juguete que nos encontrábamos, como las tablas mágicas, el tropo o el yoyo.
El más popular era jugar a “las escondidas” lo cual era aún más divertido cuando estábamos en una casa grande, cantábamos la canción de “zapatito blanco, zapatito azul” para elegir de manera aleatoria a quien le tocaría contar y buscar a los demás. En este juego hasta los primos más grandes aveces se unían, o los adultos te ayudaban esconderte o también a echarte de cabeza. Lo más común era esconderte en baños, detrás de las cortinas o closets, esperábamos impacientemente no ser encontrados y pasado un rato si no te encontraban habías ganado, pero no sin antes cantarla pidiendo salvación por ti y todos tus amigos.
Mucho antes de que se bailara el payaso de rodeo, bailábamos y cantábamos otras canciones. Una de las que más hacíamos mis primos era la canción del “mango relajado”, que tenía una letra y coreografía repetitiva y en cada vuelta se invitaba a una persona nueva a bailar. Por otro lado también estaba la víbora de la mar, donde se corría por todo el espacio disponible, pasando debajo de dos personas que uno era melón y otro sandia, al final de la canción quien se quedaba en medio tenía que elegir a uno, para formar otro arco, así hasta que la fila se acabara. En estos juegos no había precisamente un ganador pero el chiste era convivir y no estar sólo sentados.
Aunque no era tan común que jugáramos con juguetes, sí tenía algunos. El que más me intrigaba eran las tablas mágicas, que era una tira de tablas y al hacer como un dobles de la tabla de hasta arriba, daba el efecto en que una por una caía. Luego estaba el balero, que el chiste era que con una bola de madera unida a un hilo con un palo, callera la bola dentro de este palo, los había de muchos colores y formas, recuerdo que yo tenía uno pequeño, porque era muy probable que no le atinaras a la primera y la bola terminaba cayendo en tu mando, dándote unas buenas machucadas.
Todos estos juegos y juguetes, me regresan a mí y a muchas personas a la infancia, cuando realmente hablábamos con nuestros primos cara a cara y no sólo conectábamos con un videojuego o algo por el estilo. Fueron muchísimas las generaciones que estos y muchos más eran sus únicos entretenimientos con sus familiares, o con sus amigos en los recreos de la escuela. Y siempre es bonito volver a tomar unas tablas mágicas y tratar de impresionar a alguien o darte cuenta que aún te sabes la canción completa de “mientras el lobo no está”.
-Ronnie
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