“…amo
el color del jade,
y el enervante perfume de las flores;
Pero amo más a mi hermano el hombre”.
y el enervante perfume de las flores;
Pero amo más a mi hermano el hombre”.
Netzahualcóyotl
¿Qué le
puede pasar al ser humano si disfruta plenamente por contemplar de una flor, la
puesta de sol, las hojas cayendo de los árboles, el curso del agua en el río;
de oler el viento entre los árboles, el aroma de las rosas y de los pinos; de observar
el comportamiento de los animales e insectos; de escuchar el canto de las aves
y los sonidos de la jungla o de sentir la tierra entre sus manos? Si es capaz de apreciar y entender estos tesoros
naturales, su paso por la vida será memorable.
Hubo una vez
en el México Prehispánico un tlatoani que sobresalió de manera diferente a sus
antecesores y a los que le sucedieron, pues fue un hombre sensible, sabio y con
un ferviente amor a la naturaleza, al ser humano y al arte en cualquiera de sus
formas. Ese gran hombre fue Netzahualcóyotl, quien nació el año de 1402, en Texcoco. Durante su infancia,
recibió una esmerada enseñanza de las doctrinas toltecas en el Calmecac.
Sin embargo, aunque era heredero
nato del reino, cuando cumplió 15 años, el señorío Tepaneca, enemigo de Texcoco
subyugó a su pueblo, matando a su padre enfrente de él, por lo que, Netzahualcóyotl
trató de escapar, pero fue encarcelado, y después rescatado por uno de sus
sirvientes, quien se hizo pasar por él para liberarlo. Entonces el príncipe se fue
a Tenochtitlán y dedicó los siguientes ocho años al estudio, para después
regresar a Texcoco, a reclamar el trono que le pertenecía por nacimiento.
Una vez consumado
el dominio del valle de México, Texcoco, Tenochtitlán y Tacuba formaron la
Triple Alianza, en 1431, y Nezahualcóyotl reinó por más de 40 años. Reorganizó
el gobierno y dictó leyes que fortalecieron al Estado, ordenó la construcción
de palacios, templos, escuelas básicas y especializadas, mercados, jardines botánicos,
aviarios y zoológicos, caminos, diques, presas y calzadas.
Durante su vida compuso numerosos cantos y poemas,
de los que se conservan 36, entre los que se destacan: Amo el canto del Cenzontle, sobre su amor hacia la naturaleza y el
hombre; No acabarán mis flores, como alabanza
a la naturaleza; Yo lo pregunto y Percibo
lo secreto, sobre la muerte y la fugacidad de la vida; Lo comprende mi corazón, sobre el despertar de la consciencia hacia
la vida; Con flores escribes, acerca
de la creación y la vida; y Un recuerdo
que dejo, sobre la importancia de heredar el arte de nuestra raza para ser
recordados.
Todos estos poemas nos permiten entrar al alma y expresión
de Nezahualcóyotl, un ferviente admirador de la naturaleza, en cuyo refugio
encontró la inspiración para construir los más entrañables poemas, llenos de
sabiduría y asombro de sus ciclos, relacionándolos con el hombre y su misión en
la vida. Ese profundo entendimiento de la naturaleza lo volvió inmortal, pues
gracias a las composiciones que nos heredó, nunca acabarán sus flores ni cesarán sus cantos.
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