
Durante la Revolución Industrial en Europa fue que nació la máquina emblema de las cafeterías actuales. La máquina de espresso se creó con la finalidad de servir café en menores cantidades de tiempo. La primer patente registrada es de Luigi Bezzara, un inventor de Milán, que posteriormente la vendió a Pavoni, quien comercializó la máquina por 1905.
La primera máquina de espresso se llamó La Ideale. Su estructura se encuentra ya muy lejos de las más actuales; y su café, aunque prensado bajo el mismo concepto base, tiene un sabor semejante al del café filtrado por goteo y no al espresso de hoy día. La Ideale fue estructurada con dos grupos con portafiltros donde el café comprimido podía ser sujetado, alcanzaba los 140° C y el tiempo de extracción del café llegaba a los 45 segundos. Esta máquina patentó el término espresso, que se relacionaba con: café, presión y máquina de filtro.
Pasaron muchos años hasta que nació una nueva máquina de espresso que desbancara a La Ideale; Gaggia, creo su versión de lujo de una cafetera de espresso. Tiempo después la patente fue comprada por Valente, marca que hoy día sigue entre los más importantes representantes del gremio cafetalero. Valente creía firmemente en la posibilidad de comercializar y normalizar las cafeteras de este tipo, objetivo que logró tras modificar la Gaggia y conseguir la emblemática Faema E61.
Desde la Gaggia y hacia la Faema, se consiguió una de las tres partes más importantes de un shot de café: la crema. Volviendo así a la Faema en el verdadero predecesor de la cafetera de espresso actual. La E61 reinventó la máquina y su funcionamiento, reduciendo el esfuerzo físico del barista y permitiendo maniobrar con la temperatura y presión que se otorgaba a cada carga de café que se extraía de la cafetera en cuestión. Este fue el punto de partida de la relación cliente-barista tan común en las cafeterías del siglo XXI.
Sin embargo, Italia se rezagó y decidió no transmutar al mismo tiempo que el mercado cafetalero se expandía. Los italianos mantuvieron las máquinas semiautomáticas (como la Faema E61) y repudiaron todo lo que pudiera manchar una tradición tan arraigada en su nacionalismo. Las cafeterías comenzaron a seguir códigos de comportamientos precisos que es claramente obvio que los extranjeros corrompen. Su amor por el café puro o macchiato, los volvió los críticos ideales para una industria que se tambaleó junto al país durante la guerra y que se solidificó tras ella. Creando una imagen mundial de prestigio para los italianos en cuanto a la pericia cafetera.
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