
Los frutos del cafeto llevan por nombre cerezas, por su forma redonda y su vibrante color rojo. Son de tamaños proporcionales al tipo de hoja del árbol en cuestión y cargan en su centro lo que nos interesa: los granos de café. El grano es su semilla y la razón por la que cada cereza sea tan cuidada por el caficultor.
La cereza se divide en: semilla, película plateada, pergamino, mucílago y pulpa. El caficultor tiene especial interés en la pulpa y en la semilla, pues dependiendo del proceso por el que pase el grano (lavado, semilavado o natural), previo al tostado, es donde se van a utilizar estas partes de la cereza.
La cereza se recoge manualmente de los cafetos, se guarda en costales y se almacena. Puede tener tamaños distintos, dependiendo del cafeto que la produzca, por ejemplo, la cereza de un cafeto robusta es mucho más grande que la de un cafeto arábica. Tras almacenar el fruto de una cosecha, se prepara para el procesamiento por el que se va a someter a la cereza para obtener el grano de café final.
Si va a procesarse naturalmente, se extiende en mantas largas a que seque bajo el sol. Si va a ser procesada por método de lavado, va a despulparse y a lavarse hasta obtener un grano sin adicionales y listo para enviar a la tostadora. De elegirse el semilavado, van a combinarse los dos procesos anteriormente citados. De cualquier manera, tras elegir y preparar, la cereza pierde su forma y pasa a mantenerse solamente la semilla.
Este grano de café, blanco y bastante parecido a un cacahuate, se almacena nuevamente en costales y se envía a las tostadoras. Donde se elegirá el nivel de tostado que mejor aproveche la esencia de cada grano y que potencie sus notas (estas, basadas en la región de la que fue recogido). En las tostadoras, se llega al final del proceso de la cereza del café. Desde aquí en adelante, se trata solamente del método de extracción que se utilice para obtener el tan preciado líquido negro.
Comentarios
Publicar un comentario