Si bien,
la muerte es representada y entendida de diferente manera para cada cultura o
individuo, y claro todas son absolutamente válidas y respetables pues no existe
un modelo “correcto” de qué y cómo debe ser la muerte. Y, ciertamente, todo
sentido que se le da a la muerte nutre enormemente las culturas.
Así, la
carga o la misma omisión varía en cada cultura, tal es el caso de los Nahuas y
los Mayas; quienes ponían su energía en la vida misma. “Nadie piensa en la
muerte, solamente se considera lo presente, que es el ganar de comer y beber y
buscar la vida, edificar casas y trabajar para vivir, y buscar mujeres para
casarse…” (Fray Bernardino, 1969). Tal es el peso de la vida que se cree que
todo bien o mal recibe su recompensa en vida, a diferencia de ciertas
religiones que destinan al bueno o al malo al infierno o al cielo.
Es importante
enfatizar que ambas culturas sí creían en la inmortalidad del hombre, es decir,
en la existencia después de la muerte, claro, para seguir sirviendo a los
dioses; esto de una manera distinta a la vida terrestre. Al igual que en muchas
creencias el hombre está dividido en lo tangible y lo intangible, dicho de otro
modo, en la existencia del espíritu el cual puede y debe desprenderse del
cuerpo al morir. Éste espíritu, según los Mayas y los Nahuas, reside en el
corazón y lo llamaron
teyolía (Alfredo
López Austin, 1980).
Ciertas creencias
de los Nahuas y Mayas respecto a la hora de avecinarse la muerte aún son bien
conocidas, ya fuese brindarle una bebida que ayudaría a los moribundos a
resistir el viaje, el cual emprendería su espíritu o por contrario, apresurar
la muerte y así evitar el dolor físico, a lo que bien podría llamarse eutanasia,
que de echo ciertos yucatecos siguen practicando en la actualidad.
Por otro
lado, se tiene la noción de las prácticas posteriores a la muerte, pues si bien
algunas mantienen similitud a las actuales, otras poseen cierta diferencia
peculiar. Si bien, la cremación era el acto más común, pero no descartaba el hábito
de enterrarlos bajo las casas. En algunos sitios, los cuerpos se hallaron en
fosas cavadas directamente en el suelo; en otros, en cajas confeccionadas con
lajas o en tumbas con paredes de piedra y techos de lajas (Tlapacoya y El
Arbolillo). La peculiaridad no enfatizaba en ello, sino que, se podían
encontrar los cuerpos extendidos o flexionados, con un solo cuerpo o más
acompañándolo, así como un hombre con una mujer (o más), o una mujer con niños
y perros sacrificados, pues existía la creencia de que dicho perro ayudaría a
la transportación del espíritu a través del río del inframundo.
Referencias
Fray
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España, 4
vol., México Porrúa, 1969; Libro 6, vol. II, p. 127.
Véase
Alfredo López Austin, Cuerpo humano e ideología, México, UNAM, 1980.
Fray
Juan Bautista, citado por López Austin, op. cit., p. 365.
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